Wilfredo Miranda Aburto
17 de abril 2023

Periodismo frente a los crímenes de lesa humanidad

La periodista Lucia Pineda Ubau; el jefe de redacción del Diario La Prensa, Eduardo Enríquez; Wilfredo Miranda de Divergentes en el panel de Raza e Igualdad.

Es un gusto compartir este panel con colegas a quienes uno respeta, y que también han soportado los embates de la dictadura Ortega-Murillo. En resumidas cuentas, no han callado. Aunque eso pareciera poco, realmente no lo es… Resulta demasiado cuando se hace periodismo bajo un régimen totalitario, señalado de cometer crímenes de lesa humanidad desde 2018. 

El pasado 15 de febrero el régimen despojó de la nacionalidad a 94 nicaragüenses, incluyéndome, y perdí la posibilidad de usar mis documentos que me acreditan como nica. Esos papeles eran lo poco que me quedaba de mi país, ya que desde junio de 2021 tuve que exiliarme por segunda ocasión… Intempestivamente volví a dejar mi casa, mi familia, mis amistades, mis jardines, las playas que solía visitar, mis bienes (hoy confiscados), mi patria.  

Aunque el exilio ha sido una realidad compleja de aceptar, en especial porque el plazo para un añorado retorno es cada día más indefinido, lo cierto es que Costa Rica nos ha albergado bien. Estar al lado de Nicaragua me reconforta de alguna manera. Y, como canta Serrat, hay aquellas pequeñas cosas que nos sostienen en el exilio: una de ellas eran mis documentos cuya nacionalidad nicaragüense siento y digo con orgullo cuando atravieso fronteras. No sólo es el sentido práctico de los papeles para poder hacer cualquier trámite aún en el exilio, sino que los sentía como parte de esa convicción ciudadana de bregar, desde el periodismo, por un país mejor. En otras palabras mantener inalterable ese compromiso frente a la criminalización y la persecución que el régimen Ortega-Murillo empuja contra toda voz crítica, entre ellos los que ejercemos este oficio. Un oficio de alto riesgo. Ángel Gahona, asesinado en abril de 2018, es la prueba irrefutable de ello. 

Cada uno de los periodistas que estamos en el exilio y en el destierro desde hace cinco años (ya somos 185, apunta Voces del Sur en su último informe), hemos desmontado la retórica mentirosa de la dictadura sobre lo sucedido en abril de 2018: que ellos son víctimas de un intento de golpe de Estado y, ante ello, todas las tropelías que cometen las disfrazan como legítima defensa. Han sido los reporteros en las calles los que comenzaron a documentar los crímenes de lesa humanidad que hoy el Grupo de Expertos de Naciones Unidas endilga a la pareja presidencial. Por eso, como dije antes, Gahona fue asesinado en Bluefields; por eso Lucía Pineda Ubau lo pagó con cárcel… En mi caso, demostré por primera vez las ejecuciones extrajudiciales cometidas por policías y paramilitares. Disparos letales con armas de guerra con un patrón certero: a las cabezas, cuellos y tórax de los manifestantes. 

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Un triángulo de la muerte que se ha seguido replicando en todo este quinquenio de impunidad: cada vez que un preso político ha sido torturado o ha fallecido en manos de sus carceleros. Cada vez que una familia se desintegra por la crisis sociopolítica y alguien se ahoga cruzando el río Bravo. Cada vez que una prisionera política ha sido abusada sexualmente. Cada vez que imponen una farsa electoral. Cada vez que una madre de abril llora desde el exilio, porque les han arrebatado hasta las tumbas de sus hijos. Cada vez que un sacerdote es expulsado y un obispo condenado. Cada vez que una oenegé es decapitada. Cada vez que un ciudadano es confiscado… Entre muchos otros horrores, son diversas maneras de matar. Y quitarnos la nacionalidad forma parte de ese menú perverso que apunta en el fondo a intentar dañarnos la dignidad, fundamento insoslayable sobre el que yacen los derechos humanos. 

El despojo de la nacionalidad es el culmen de una lógica represiva para callar y que ahora pretende ser extraterritorial. Los Ortega-Murillo nunca han tenido respeto por nada. Los que hemos sido perseguidos lo sabemos: primero fuimos machacados nosotros y luego han ido contra nuestras familias. Los míos hoy me acompañan en el exilio, porque cada vez que publicaba, una patrulla policial acosaba a mis padres… sin mencionar la persecución policial que sufrí en 2018 en las cuatro casas en las que viví en menos de doce meses. Un hostigamiento acompañado de amenazas de muerte directas, después de publicar la investigación “Disparaban con precisión a matar” y los correos electrónicos de la vicepresidenta Murillo con su orden fulminante de “Vamos con todo”. 

Al régimen ni siquiera le importó que tuviera medidas cautelares de la CIDH, así como no le ha importado con nadie. Me exilié, volví y tuve que irme de nuevo cuando la Fiscalía me amenazó con ocho años de prisión en junio de 2021 por haber violado la Ley de Ciberdelitos, una de las normativas ad hoc que aprobaron para intentar legalizar la represión. El régimen no tuvo reparos y mi ejemplo es poco cuando hay otras familias golpeadas de forma más severa y sistemática. Ahora, sin nacionalidad y en el destierro, el reto tiene que ver con mantener aceitada y en funcionamiento la máquina que hace posible el periodismo. Una máquina de varios engranajes que se necesitan, sí o sí, el uno al otro: el emocional, el económico, la resiliencia, el rigor y la creatividad en un ecosistema de apagón informativo y exterminio de las fuentes de información. 

Una de las principales dificultades del exilio y el destierro que enfrentan los periodistas es seguir ejerciendo un oficio cuando la cartera flaquea. Como cofundador del medio Divergentes, puedo compartirles que el reto es que los periodistas que viven en Costa Rica, Estados Unidos, España u otro país sigan dedicados al oficio, porque cuando se combina con otras labores para poder subsistir (que generalmente son mejor pagadas) las voces que el régimen pretende callar pierden fuerza o desaparecen. No podemos permitirlo. 

Mientras haya un periodismo vivaz, aunque golpeado, habrá esperanza para Nicaragua. Parafraseando al maestro Javier Darío Restrepo, el periodismo ha sido más necesario que el pan en Nicaragua. Así lo demuestran los días más aciagos desde 2018 hasta hoy: Se puede vivir sin pan pero no sin esperanzas y el periodismo, que ha mantenido las puertas abiertas para las víctimas sin distingo, ha demostrado su impronta frente a crímenes y criminales de lesa humanidad. En esa memoria histórica recolectada por reporteros en las calles de nuestro país inician las esperanzas de las víctimas de la masacre de abril por justicia, memoria, reparación y no repetición

A cinco años del inicio de las protestas de abril, podemos decir que entre las trincheras democráticas que los Ortega-Murillo han querido destruir, el periodismo ha resistido. Cojeamos, pero no claudicamos. Y en esa persistencia de cada reportero, sin importar que sus redacciones hayan sido confiscadas, están las mejores salvaguardas para la construcción del mejor país que queremos, con un periodismo que fiscalice a todos. 

El panorama hoy no es halagüeño. Aunque arrinconada, la dictadura sigue obstinada en su delirio de perpetuación. Si bien resulta grave lo que sucede en Nicaragua para sus ciudadanos, lo es también para la región, incluído Estados Unidos. El mundo arde en varias latitudes, empezando por la invasión de Rusia a Ucrania, que ocupa la atención de actores internacionales que suelen velar y abogar por la democracia. Muchos de esos actores están aquí o pueden escucharnos; a ellos hay que pedirles que mantengan a Nicaragua entre sus prioridades. Es necesario porque los crímenes de Ortega y Murillo son agravios contra la humanidad. Es difícil, pero estoy convencido que la única manera de conseguirlo es con reporteros y reporteras haciendo el mejor periodismo posible: riguroso, contrastado y sobre todo honesto, porque no creo en la objetividad. Creo en un periodismo colectivo, con un pie dentro de Nicaragua y otro en el destierro. 

* Palabras leídas en el foro “Nicaragua: 5 años de crímenes de lesa humanidad”, realizado este 17 de abril en Washington, Estados Unidos, por el instituto Raza e Igualdad, a propósito del aniversario de la rebelión de abril. 

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Wilfredo Miranda Aburto

Es coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España.