Wilfredo Miranda Aburto
21 de noviembre 2023

De totalitarismo, Miss Nicaragua, Sheynnis y “la política”

Miss Nicaragua, Sheynnis Palacios, habla luego de ser coronada como la nueva Miss Universe 2023. Foto Miguel Lemus | EFE.

Daniel Ortega y Rosario Murillo han instalado un Estado totalitario; un feroz régimen de dominación política que ha avasallado a todas las capas de la sociedad nicaragüense. A pesar de que esto no es novedad, después de los zarpazos de la pareja presidencial por la coronación de Sheynnis Palacios como Miss Universo 2023, y las acusaciones alucinantes contra Karen Celebertti y su familia, hay quienes dirigieron sus pedradas contra quienes denunciamos a la dictadura. Nos acusaron de “politizar” lo que no es “político”. O peor aún, de que le damos ideas a la pareja presidencial para ejercer la barbarie… 

Me disculpan, tremendo desatino. 

Quiero explicarles por qué: en principio todo es político. Como he repetido, nada más político que ser ciudadano. Y en un Estado totalitario como el Ortega-Murillo, la “política” se mete en tu tejido social, en tu casa y hasta en tus sábanas, aunque vos digás que no “te metés en política”. Es inevitable. En ese sentido creo que falta mayor entendimiento sobre lo que es e implica un Estado totalitario, como se ha constituido la distopía tropical de El Carmen. 

La RAE define el totalitarismo así: “Doctrina y regímenes políticos, desarrollados durante el siglo XX (nazismo y estalinismo), en los que el Estado concentra todos los poderes en un partido único y controla coactivamente las relaciones sociales bajo una sola ideología oficial”. Hannah Arendt es quien, quizá, ha indagado este tipo de régimen político con mayor fervor, y plantea en el ensayo “Los orígenes del totalitarismo” algo que ya hemos experimentado en Nicaragua: que el totalitarismo se caracteriza por su progresión indefinida en el tiempo y tiene por objeto alcanzar grados de dominación cada vez más amplios, tanto en términos cualitativos como cuantitativos. 

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Ortega y Murillo lo han conseguido casi por completo; y digo casi porque el júbilo que suscitó la coronación de Sheynnis es prueba de que los nicaragüenses aún mantienen bajo resguardo la libertad de pensamiento como última trinchera y esperanza. De que todavía pueden ejercer su músculo político, pese al terror generalizado, ya sea de forma inconsciente o consciente. 

Sin embargo, la maquinaria sandinista ha aplastado todo lo que se suele relacionar únicamente –y mal– con “política” o “políticos”: los opositores, sus partidos, organizaciones no gubernamentales, medios de comunicación de toda índole, periodistas, empresarios, Iglesia católica, curas, obispos, feministas, escritores, poetas, músicos, artistas, sindicatos, universidades, movimientos sociales (campesinos), evangélicos, asociaciones médicas, la Cruz Roja… podría alargarme en la enumeración, pero en síntesis toda organización o iniciativa social que no controlen o no se someta. 

Todo eso será aplastado por un totalitarismo rampante que ha llegado al colmo de despojar de la nacionalidad a más de 300 nicaragüenses. Y cuando se han acabado esos flancos “políticos” a lo interno del país, pues lo que sigue es la ciudadanía en general, que ya sufrió la antesala totalitaria en las protestas de 2018. Y, aunque no se “metan en política” en la actualidad, por desgracia no podrán escapar de estas fauces insaciables. No criticar, esconderse o fingir demencia puede ser efectivo por un tiempo, pero tarde o temprano el totalitarismo toca la puerta de diferentes formas. Por ejemplo, cárcel, exilio, trabas migratorias, impuestos, multas, desempleo, miedo, carestía de la vida, autocensura –en el barrio y las redes sociales–, y un largo etcétera. 

El caso más claro de que lo “apolítico” no es escudo es el de Miss Nicaragua, organización dirigida por Karen Celebertti. Sheynnis logró un triunfo planetario, una gesta nacional, que removió a la ciudadanía tan sumida en la desesperanza. La sacó a las calles ondeando la bandera y los cánticos nacionales sin ninguna pretensión política. A primera vista no se trató de un pulso contra el régimen. Sin embargo, los Ortega-Murillo no lo leyeron así: lo que vieron fue a un pueblo desafiando la prohibición de manifestaciones públicas impuestas desde septiembre de 2018, la bandera criminalizada otra vez libre, el Estado policial (que los sostiene) minimizado por varias horas y, sobre todo, un triunfo de Sheynnis y Miss Universo que no pudieron manosear ni sacarles rédito, a pesar de sus intentos infructuosos con un comunicado oficial para paliar los insultos dichos en sus medios de comunicación. Ni a pesar de las flores enviadas a la familia de la Miss Universo por los títeres de la Alcaldía de Managua… y el colmo: ni siquiera porque cuentan con una exmiss Nicaragua dentro de la familia. 

Entonces vino la rabia totalitaria: censurar un mural alusivo a Sheynnis en Estelí, apresar a un tiktoker y al profesor universitario que se preguntó en X (antes Twitter) cuál sería la relación entre “la bella y las bestias”. El destierro de Celebertti y su hija, seguida del allanamiento de su vivienda y la desaparición que –aún se mantiene– de su esposo y su hijo veinteañero. Esa acusación contra Miss Nicaragua y sus directivos, que parece haber sido escrita por Rosario Murillo, fiel a su estilo de destazar las gestas que ella nunca ha podido –ni podrá– conseguir. La envidia y la estupidez combinada con el miedo, la paranoia y el afán totalitario de controlar o destruir lo que sea cuando se les escapa de su influencia. 

Insisto para que quede claro: después de desarticular casi todo lo “político” en Nicaragua, el mensaje que envía el régimen con Miss Nicaragua y Celebertti es que van por todos, sin importar que no te metás “en política”. Que no importa que tu organización o tu quehacer sea un concurso de misses, una obra de caridad (como Operación Sonrisa) o un grupo para organizar una piñata en tu cuadra. Si la pareja presidencial no lo tiene o no lo controla, no hay razones para que siga existiendo. Va a la horca totalitaria, se decapita. 

Por eso me parece, como dije al principio, un tremendo desatino que haya voces que culpan de toda esta barbarie a quienes la denunciamos. Al insistir que “queremos politizar” el reinado de Sheynnis le dan solapadamente –aunque no lo quieran creer– la razón a un régimen que criminaliza cosas tan intrínsecas del mundo moderno, y que están consagradas en la carta universal de los derechos humanos, como el pensamiento crítico, la libertad de asociación, de culto, de expresión, de prensa, el elegir y ser electos, a la disidencia y una ristra más de derechos básicos que son violados a diario por los Ortega-Murillo en clave de crímenes de lesa humanidad

Por eso, antes de decidir dónde apuntar las piedras, es necesario mirar al pasado y entender de donde se nutre el totalitarismo Ortega-Murillo. En un mundo cargado de información solo basta poner “totalitarismo” en Google para encontrar dos frases que resumen, en cierta medida, a un régimen totalitario. La primera la dijo Mussolini: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. La otra la acuñó Goebbels: “Nuestro partido ha aspirado siempre al Estado totalitario… la meta de la revolución nacionalsocialista tiene que ser un Estado totalitario que penetre en todas las esferas de la vida pública”. 

¿Les suena conocido? Y si quisieran ampliar, les dejo otra vez a la imprescindible Anna ​​Arendt: El totalitarismo recurre a la utilización de una ideología difusa, que es redefinida únicamente por el líder máximo. Le sigue el uso del terror (policía secreta o nacional). Luego la propaganda como mecanismo clave de control social, y la constitución de un verdadero estado paralelo que permita la progresiva identificación del partido totalitario con la estructura del Estado (la confusión partido sandinista-Estado-familia-Ortega-Murillo). 

Todo ello sirve para mantener el mayor control posible sobre la población y silenciar a la disidencia —plantea ​​Arendt— hasta lograr que la realidad se haga indiferenciable de la ficción que el gobierno totalitario busca recrear. El papel que el líder máximo y su discurso juegan en todo este entramado es crucial. El hecho de que la ideología que pretende hacerse oficial no esté claramente definida permite su modificación y adecuación progresiva de acuerdo con los requerimientos tácticos de cada momento. En Nicaragua, bajo los totalitarios Ortega-Murillo, la narrativa y la represión han ido mutando, en especial para adaptar sus excesos represivos a la tesis del “fallido intento de golpe de Estado”. 

Todo es político. Y mientras no entendamos eso plenamente, las piedras siempre serán lanzadas al lado equivocado. Y quedarán, indefectiblemente, bajo esa espada de Damocles de filo totalitario.

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Wilfredo Miranda Aburto

Es coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España.