Eliseo Núñez
27 de agosto 2024

Somos una sociedad rota y atravesada por el dolor

Migrantes nicaragüenses en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica. Foto de EFE | Archivo.

Para esta época de finales de agosto, pero del año 2018, se oía decir por todos lados en Nicaragua, como señal de protesta, “nada está normal”. Era nuestra forma de denunciar lo que el régimen quería hacernos creer: que todo había vuelto a la normalidad en el país, después de la explosión social espontánea a la que ellos llamaron “un intento de golpe de Estado”. A partir de julio de ese año, el régimen ha luchado por establecer esa normalidad a costa de una combinación de represión y propaganda.

Ahora, en 2024, cuando alguien desde el exilio pregunta cómo está Nicaragua, quienes viven dentro del país responden que la normalidad económica regresó… pero hacen una pausa, un “pero” sostenido: te hacen saber que lo único es que no podés opinar de política. El resto es normal, entre comillas.

¿Es normal que no podás opinar de política? ¿Es normal que no podás criticar al Gobierno? ¿Es normal que el 10% de la población haya emigrado? Podría seguir con más preguntas sobre esa “normalidad”, pero la verdad es que, seis años después de abril, nada es normal.

Lo que existe es una adaptación de la población a las mordazas y las limitaciones impuestas por la fuerza. Es simple: si no podés huir, debés adaptarte y sobrevivir. Pero sobrevivir no implica que estés conforme con el régimen; más bien se acumula una enorme cantidad de frustraciones que no pueden ser canalizadas. En otras palabras, es estar alimentando una enorme olla de presión. Una presión que solo es contenida por parte de Ortega y Murillo con la fuerza represiva. De modo que la mejor válvula de escape es la migración que genera alivios temporales.

Recibe nuestro boletín semanal

La válvula de escape de la migración les ha permitido a Ortega y Murillo evitar temporalmente las protestas y, además, conseguir que las remesas  familiares se conviertan hoy en el principal motor económico de su dictadura. Es una paradoja cruel para quien se va, porque no puede vivir bajo el régimen, pero se ha convertido en quien, económicamente, lo sostiene.

La emigración que envía remesas lo hace a costa de una enorme ruptura en el tejido social de Nicaragua. Por cada emigrante, atrás quedó una vida: madres, padres, hijos, tíos, abuelos… todo eso que nos hace lo que somos. Esas personas con las que compartimos, las que saben de nosotros más incluso que nosotros mismos. Esas personas quedan atrás y genera un enorme hueco emocional que se trata de llenar con remesas pero que, en el fondo, todo migrante sabe que ese vacío seguirá ahí, sin importar lo que hagas.

Además de las cargas emocionales, la emigración causa una enorme pérdida de capital humano. Para un país pobre y pequeño como el nuestro, en el mediano plazo será catastrófico. No solo se está yendo el mejor capital humano, sino que además con la toma política de la educación en todos los niveles estamos garantizando la perpetuidad de la baja calidad en la educación. Es decir que no será el conocimiento sino la consigna la que te llevará a ser graduado.

Por otro lado, está la imposibilidad de confiar en tu entorno. No sabés si la dictadura infiltró a los amigos que te quedan, sea por chantaje o por compra de conciencia. Esto te hace crear islas dispersas que también impiden desarrollar tu capacidad de crear redes para tu trabajo y tus estudios. Es una situación estresante que cobra factura.

Si ya esto te parece una enorme carga, a eso se suma la corrupción. Por ejemplo, el simple hecho de tener un accidente de tráfico te puede llevar a la cárcel si el otro involucrado tiene influencias en el régimen. Siempre habrá alguien que tendrá más influencia que vos y perderás, algo que puede suceder en los negocios y otros ámbitos.

Entonces me pregunto, ¿cuál normalidad?  ¿Acaso todo lo descrito es normal? Simplemente estamos haciendo de cuenta y caso que todo es normal para poder vivir… para poder seguir viendo a mis familiares, para poder tener trabajo y estudiar. Para no tener que irme y dejar atrás una vida, dejar atrás lo que soy.

En fin, somos una sociedad rota atravesada por el dolor de la separación y la falta de confianza. Nos persigue el fantasma del terror, de decir o hacer algo que moleste a la dictadura. Algo que te haga terminar preso o desterrado. Pero hemos sobrevivido, hemos salido de otras dictaduras… y la de Ortega y Murillo no será la excepción. 

ESCRIBE

Eliseo Núñez

Abogado con más de 20 años de carrera, participa en política desde hace 34 años sosteniendo valores ideológicos liberales.