Wilfredo Miranda Aburto
3 de abril 2023

Ateo pero semanasantero

Imagen de Jesús Nazareno de la parroquia de El Calvario de Nandaime. Foto: Cortesía.

La plataforma de streaming Star+ ha estrenado este 31 de marzo un documental que deseaba ver desde que vio luz en noviembre de 2022: Sintiéndolo Mucho, una película de la trayectoria de Joaquín Sabina. En uno de los pasajes del film de Fernando de León, el poeta y cantautor suelta una de sus tantas autodefiniciones: que “es ateo pero semanasantero”. Me sentí plenamente identificado. No soy creyente a pesar de haber nacido en el seno de una familia católica, pero me causa rabia profunda que Daniel Ortega y Rosario Murillo hayan prohibido en Nicaragua las procesiones de Semana Santa. Los nazarenos bajo iglesia por cárcel. Parece demencial pero no lo es, porque si de demencia se tratara, estaríamos eximiendo de responsabilidad a la pareja de dictadores de sus atropellos, incluido este ataque sistemático contra la libertad de culto. 

Si mis cálculos no fallan, dejé de creer antes de cumplir la mayoría de edad. No solo nací en una familia católica (que, eso sí, nunca llegó a ser fanática), sino que también me crié en la Cofradía de Jesús Nazareno de Nandaime, mi pueblo. Mi abuela era la mayordoma de ese Jesucristo imponente que habita El Calvario, bello por encima de la media de las imágenes ídems del país. Del tamaño de un hombre, con el semblante vivo, en movimiento, al igual que su paso hacia adelante con sus pies salpicados de sangre. De pequeño jugaba a impartir misas y armaba procesiones en casa con pequeñas imágenes que mi abuela me compraba. El punto culmen era Semana Santa cuando ella me subía a las peañas, junto a otros niños vestidos de soldado romano, a recrear los cuadros para las procesiones de Jueves y Viernes Santo. Sobre los hombres de los cargadores tenía un lugar privilegiado desde el cual ver la devoción y el sobrecogimiento de los fieles y los no tan fieles, atrapados –momentáneamente– por la solemnidad del paso de la Pasión bajo ese sol candente de los Viernes Santos: solían estar en un restaurante cuya ubicación coincidía con la doceava estación, en la que Jesús muere en la cruz. Suspendían la tertulia con cervezas y se asomaban por las ventanas del sitio para atender con reverencia la oración. “Has muerto por salvarme, por salvarnos”, decía la rezadora a través del megáfono y al terminar el rito unos seguían el trayecto hacia El Calvario y los otros retornaban a sus mesas. 

De modo que no me cuesta adivinar el vacío que causa la prohibición de las procesiones en Nicaragua, pero sobre todo en Nandaime. No sólo eran actividades religiosas, sino que trascienden el catolicismo porque son cultura popular. A medida que salí del pueblo y leí, cuestioné y me alejé del catolicismo porque me parecía incompatible. Sin embargo, nunca llegué a ser vociferante contra la Iglesia, pero sí muy crítico cuando están por medio casos de pederastia, la criminalización del aborto y las posturas “antinatura” sobre la diversidad sexual, entre otras perlas decimónicas. La verdad, no comparto del todo esa concepción de la culpa que la mayoría de las religiones usan para controlar, aparejada a la búsqueda incesante del perdón con golpes en el pecho. Pero más allá de eso, la Iglesia Católica está demasiado arraigada en nuestras sociedades, guste o no. 

De modo que el catolicismo, desde el Vaticano hasta cada parroquia, ha influido negativamente o positivamente como una institución de calado moral y social. Es normal. Al final, la Iglesia está hecha por seres humanos que no son infalibles, ni el mismísimo Papa. Si uno repasa el paso del catolicismo en Nicaragua, encuentra esos patrones pero también una historia reciente de decencia y compromiso con los derechos humanos. Razón por la cual es hoy perseguida por los Ortega-Murillo. Desde 2018, y antes, la Iglesia ha criticado en su idioma pastoral la deriva autoritaria y se pusieron fehacientemente de lado de las víctimas de los crímenes de lesa humanidad

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La dictadura ha sitiado y profanado iglesias, exiliado a decenas de religiosos, entre ellos el obispo Silvio Báez y el padre Edwin Román. Han apresado y condenado al obispo Rolando Álvarez, mientras el acoso contra los creyentes se mantiene como política de Estado. Lo último ha sido esta prohibición de las procesiones de Cuaresma y Semana Santa. Es un ataque directo a la libertad religiosa, porque el totalitarismo Ortega-Murillo torpedea cualquier libertad. 

Aún así, los católicos no han dejado ni dejarán esta Semana Santa de asistir a pagar sus promesas en los templos porque la fe es obstinada. El catolicismo es una religión abiertamente perseguida en Nicaragua y no en vano el Papa Francisco ha catalogado a los Ortega-Murillo como una “dictadura hitleriana”.  

La prohibición de las procesiones de Semana Santa es también un golpe a la cultura. Anularlas es impedir que otros niños y jóvenes encuentren en estas tradiciones algún interés, ya sea espiritual o cultural. La Semana Santa de mi pueblo sembró en mí la avidez por averiguar más sobre la historia de las religiones, la fascinación sobre los orígenes de las imágenes que se veneran, el gusto de escuchar marchas sacras, la arquitectura de parroquias, templos y catedrales. En todo viaje que hago visito una iglesia porque son un foco de conocimiento en varios flancos. 

Pero sobre todo debo a esa Semana Santa de mi niñez el reconocimiento de algunos valores cristianos que considero propios: servicio, compañerismo, justicia, honestidad, amor… Y también confieso que creo en un solo Jesús Nazareno, el ‘colochón’ de Nandaime. En ningún otro Cristo y quizá eso me haga un mal ateo, pero da igual, porque esa imagen va a ser puente eterno con mi infancia, mi pueblo y mi abuela. Soy semanasantero, como definió Sabina, mi canalla predilecto. Por eso repudio que los Nazarenos de Nicaragua –como dije antes– estén bajo iglesia por cárcel. Hiere pero conservo la esperanza de que en un futuro regresaré a Nandaime en Viernes Santo para ver a mi Jesús terminar sus catorce estaciones, mientras los cargadores lo suben al calvario con la marcha Redentor y Cruz, ejecutada por mis amigos músicos educados por el maestro Víctor Tamariz. Tarde o temprano habrá redención para Nicaragua y cruz para sus verdugos.

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Wilfredo Miranda Aburto

Es coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España.