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“Ira regis”, la política medieval de los Ortega-Murillo:

destierro para todos, incluidos los propios sandinistas

La oleada represiva desatada por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua ha alcanzado con particular saña a su “misma gente”; sandinistas que se han prestado a las tropelías y atropellos del régimen, como los que iban en el vuelo del 9 de febrero de 2023, desterrados por órdenes de los mismos jefes a quienes sirvieron tan fielmente

Por Wilfredo Miranda Aburto (@PiruloAr)

8 de febrero 2024

Antonio solía creer que exilio y destierro eran lo mismo. Desde su posición privilegiada como funcionario en una institución pública de Nicaragua, miraba cómo su Gobierno, el de Daniel Ortega y Rosario Murillo, enviaba al ostracismo a centenares de personas consideradas opositoras. 

Este hombre no encontraba mayor diferencia entre si un periodista se exiliaba por su cuenta o si a una activista le imponían el destierro. En resumidas cuentas, recuerda, era librarse de un golpista más... la imperceptible pero muy clara diferencia entre exilio y destierro la entendió la madrugada del 9 de febrero de 2023, cuando los carceleros lo sacaron de su celda en El Chipote, lo montaron en un bus y lo condujeron hasta el aeropuerto internacional de Managua, donde un avión lo estaba esperando para sacarlo de su patria en contra de su voluntad. 

La sensación lo cimbró hasta la médula. La certidumbre del destierro se materializó en un minuto y no tuvo más opción que abordar y llorar. Llorar durante todo el vuelo. 

“El papel con mi nombre no decía nada de adónde nos enviaban. Y en menos de un minuto tuve que aceptar que salía por mi voluntad de Nicaragua, aunque eso no era cierto. Acepté porque si no lo hacía me devolverían solo a El Chipote, esa cárcel inmensa y horrible en la que asustan y toda verga. Entonces me vine llorando, porque supe de golpe que me estaban obligando a abandonar todo: mi país, mi familia, mis amigos, mis cosas… todo quedaba atrás”, me dice este exfuncionario sandinista quien, en realidad, no se llama Antonio

Es sólo un seudónimo para evitar más retaliaciones del régimen en el que creyó fervientemente hasta su repentina caída en desgracia, el momento cuando lo arrestaron, el día en que sufrió la “ira regis” de los Ortega-Murillo. O traducido, según el diccionario prehispánico del español jurídico, la ira de los reyes cuando expulsaban a sus vasallos de sus territorios a modo de pena impuesta por “enemistad, delito o traición”… todo bajo la total discrecionalidad del monarca. En el caso de Antonio, y el de los 221 presos políticos expulsados, por pura persecución política. 

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El destierro y el exilio son más viejos que Daniel Ortega, Rosario Murillo y el sandinismo. Los antiguos griegos escribían en un trozo de terracota en forma de concha el nombre de las personas que consideraban malas “para la soberanía popular”, una amenaza para el Estado o el tirano en potencia. Así los atenienses condenaban al ostracismo. Los romanos desterraban a quienes cometían “errores garrafales” (de índole moral, como el adulterio) a las islas de la Península Itálica, en el mar Tirreno.

En la Edad Media, en las ciudades castellanas del siglo XV, el destierro constituía una de las peores humillaciones. Por eso el Cid siempre buscó el perdón del rey Alfonso VI. Napoleón fue desterrado dos veces y, a medida que pasaban los siglos, el destierro adquirió una dimensión, casi en su totalidad, de persecución política e ideológica.

Durante la época colonial en Latinoamérica, el Consejo de Indias estableció la figura legal del destierro para expulsar a aquellas personas que las élites gobernantes consideraban indeseables o una amenaza para el orden sociopolítico. 

Si bien es cierto que el exilio también es producto de la persecución política, se da de manera voluntaria o empujado por las circunstancias. Sin embargo, el destierro es una pena impuesta. Esa es la imperceptible, pero muy clara diferencia entre exilio y destierro que Antonio entendió llorando aquella madrugada frente al avión. 

Durante las dictaduras militares del Cono Sur, en especial la de Argentina y Chile, el destierro fue usado como pena contra opositores. Lo mismo ocurrió en México, Uruguay, Venezuela y hasta en Honduras, donde el dictador ​​Tiburcio Carías Andino le planteaba tres alternativas a sus disidentes: “encierro, destierro o cementerio”. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) sostiene que el destierro, en la mayoría de las ocasiones, es forzado por los Estados. Se “ampara en la presunta comisión de un delito” y el Estado decide “tomar esta acción contra una persona de manera temporal o permanente”. 

No obstante, como es el caso de Nicaragua, los destierros responden a la voluntad expresa de los Ortega-Murillo. El régimen sandinista desarrolló una política de facto de destierro, primero desde la Dirección General de Migración y Extranjería, al impedir el ingreso o retorno de nicaragüenses críticos. Luego, la policía comenzó a ofrecer libertad a los presos políticos a cambio de irse de Nicaragua, como le sucedió a varios artistas y productores musicales

La siguiente etapa de esta política de Estado fue despojar de la nacionalidad nicaragüense a los 222 presos políticos, entre los que se encontraba Antonio, para de inmediato desterrarlos. Otros 94 nicaragüenses que, en su mayoría ya exiliados, también fueron desnacionalizados. 

En ese interín, el 18 de enero pasado, la Asamblea Nacional controlada por el oficialismo institucionalizó la pérdida de nacionalidad para los declarados “traidores a la patria”, sin mencionar en la reforma del artículo 21 de la Constitución Política el destierro que, de facto, viene aparejado con este delito político. 

Poco ha importado al régimen sandinista lo que dice la Convención Americana sobre Derechos Humanos en su artículo 22, inciso 5: “Que nadie puede ser expulsado del territorio del Estado del cual es nacional, ni ser privado del derecho a ingresar en el mismo”. Es una política propia del medievo. La periodista y desterrada política Sofía Montenegro no tiene duda de ello. 

“Esto es un viaje en la máquina del tiempo, a la época premoderna y prepolítica, porque es propio del Medioevo. Es una política absolutista y personalista. Ellos funcionan en plan monarca. Monarcas del absolutismo. Es realmente el retroceso, por lo menos, de 300 años. Eso es lo que significa: que hemos retrocedido a tiempos anteriores a la Revolución Francesa”, me dice Montenegro, una intelectual aguerrida y comprometida, perseguida por los Ortega-Murillo desde antes de 2018, el año de las protestas sociales contra el régimen y que desencadenaron esta espiral represiva en la que expertos de Naciones Unidas han identificado la comisión de crímenes de lesa humanidad

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En el vuelo del 9 de febrero iban 222 presos políticos. 222 historias entrecruzadas por la oposición al régimen Ortega-Murillo, pero también 222 historias diferentes de incertidumbre frente a la materialización del destierro en Dulles, Washington, donde los excarcelados fueron alojados por el Departamento de Estado de Estados Unidos. 

Recuerdo que al siguiente día del aterrizaje, en las afueras del hotel Westin, hacía un día de invierno diáfano y enfriado aún más por las ráfagas de viento. Antonio salía de vez en cuando de su habitación a fumar, envuelto en un abrigo que la noche anterior encontró en las donaciones dispuestas para ellos por organizaciones no gubernamentales y religiosas. 

No hablaba con nadie, miraba con recelo a su alrededor; parecía una presa en alerta, un niño abandonado a una nueva realidad: el destierro en un país que desde su juventud, durante su formación como sandinista, le enseñaron que era el enemigo, el imperio del yanqui opresor.

Casi un año después de esa mañana, Antonio me cuenta que los tres días en el hotel fueron muy extraños: pasó de dormir en una cama de cemento en la celda a una habitación en la que tenía agua caliente, televisor y una cama confortable. 

“Pese a que era una habitación de lujo, no pude dormir ninguna de las noches. En El Chipote nos habían acostumbrado a los sedantes. Eso fue: todo el mundo en vela. Después de esos días que se nos acabó el hotel, lo primero fue buscar apoyo para medicinas porque soy un enfermo crónico. Me fui a San Francisco y tuve que aprender a movilizarme, a guiarme con el mapa, encontrar direcciones y a buscar trabajo”, relata el hombre. 

Era difícil. A pesar de que los latinos son casi el 15% de la población de San Francisco, el español no fluye tanto por sus empinadas calles como Antonio deseaba. “Yo medio hablo inglés, me ayudó un poco, pero era bien difícil. Los primeros seis meses estuve viviendo de la ayuda que me daba mi familia y amigos. Lo más duro es la soledad, estar traumado y pasar pensando, atando cabos de qué fue lo que me pasó, quiénes me jodieron… es desgastante”, dice. 

Antonio se mudó a Los Ángeles y allí tuvo que volver a aprender a usar el transporte público, recorrer las calles de L.A. y conseguir un trabajo de medio tiempo que lo ha mantenido a flote. 

Le ha tocado adaptarse a una vida que todo el tiempo, en el sandinismo, le dijeron que era “el capitalismo salvaje”. Pero ese fue, después del destierro, un pensamiento irrisorio cuando recordaba los primeros meses de encierro que le hicieron pasar sus captores, es decir sus mismos “compañeros” del partido rojo y negro: “No creo que se hayan ensañado sólo conmigo, creo que a todos los que tuvimos en El Chipote nos dieron un trato estándar. En mi caso me tuvieron aislado en un calabozo nauseabundo por dos meses, oliendo mierda las 24 horas del día; sin ventilación y sin luz natural”, dice Antonio. En su tono no es difícil adivinar molestia y resentimiento. 

Le pregunto si después de toda esta experiencia se cuestiona su vieja militancia sandinista. Hace un largo silencio. Toma aire. Se sincera: “Claro que sí… uno tiene que hacer una reflexión introspectiva. Pero en un país como este y en una realidad en la que estoy, la necesidad de la supervivencia se impone. Y entonces, poco a poco, en la medida que te vas metiendo en la vida, aquí tenés que empezar a buscar trabajo, buscar para pagar la renta y la comida. Entonces te va quedando menos tiempo para pensar en esas cosas. Pero por supuesto, no puedo seguir pensando del Gobierno lo que pensaba antes. Espero que el pueblo despierte. Que la oposición se una. Que los gringos dejen de respaldarlo (a Ortega) y que se pueda construir algo para salir de ellos. Aunque sí te digo, con mucho pesar, es que no hay ninguna alternativa pacífica para salir de ese Gobierno. Tiene que haber otra rebelión popular, otro baño de sangre para que la gente despierte. Ojalá que no, pero no soy tan optimista en ese particular”. 

– Quiero insistir Antonio, ¿te sentís sandinista todavía? 

– Pues sí, porque le dediqué 46 años de mi vida al sandinismo. Me considero un sandinista en extinción. Ya no hay relevo generacional y no espero, sinceramente, que el sandinismo sobreviva como fuerza política después de Ortega. Si el sandinismo sigue existiendo, eso le haría otro gran daño a Nicaragua. Lo que vivimos fue el desvío a una tiranía total, peor que la de Somoza. Eso no te puede llevar nunca a nada bueno y más temprano que tarde se les va a revertir. 

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Para este reportaje intentamos hablar con tres sandinistas más que fueron desterrados. Establecimos contactos con ellos, pero el terror era demasiado: hasta hablar bajo anonimato, coincidieron, pondría en riesgo a sus familias en Nicaragua. Es época de totalitarismo y los Ortega-Murillo, aparte del destierro, tienen otra política de Estado represiva, la más reciente: ir tras los familiares de los exiliados y desterrados. Apresarlos. 

El horror no solo autocensura a los sandinistas sino también a los opositores en general. En enero pasado viajé a Estados Unidos y conversé con varios desterrados para un documental que DIVERGENTES está produciendo para la organización Raza e Igualdad

Me sorprendió ese miedo compartido, pero también la resiliencia y la capacidad de los desterrados para reinventarse y engancharse a un país al que nunca quisieron llegar, mucho menos de forma tan intempestiva. Casi un año después, los 222 presos políticos se han diseminado por casi todo Estados Unidos, primordialmente obedeciendo una condición básica: se mudan donde encuentren trabajo. 

Una base de datos de DIVERGENTES, cuya última actualización fue en octubre de 2023, revela que la mayoría de los presos políticos desterrados se instalaron en el estado de Florida, en específico en Miami, donde el inglés no es tan indispensable. 68 personas viven en Florida, 33 se afincaron en Maryland, 21 en California y el resto se encuentran repartidos en Carolina del Norte, Colorado, Georgia, Illinois, Indiana, Minnesota, Nebraska, New York, New Jersey, Oregón, Ohio, San Diego, Pensilvania y Tennessee. 

A pesar de las jornadas extenuantes de trabajo, algunos de ellos persisten en su activismo opositor. Otros se han sumado como víctimas a procesos de justicia universal y algunos, como el líder estudiantil Miguel Flores, siguen su sueño: el de la cocina y graduarse como chef. 

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“El primer trabajo que encontré fue en jardinería. No estaba mal pero era duro, porque se trabaja a la intemperie, ya sea con mucho calor o en temperaturas bajo cero. Un día escuché de una beca en entrenamiento culinario para refugiados. Apliqué y me aceptaron. Entonces desde ese momento me dije: Si yo voy a hacer algo en este país, voy a hacer algo que me guste. No voy a permitir que Ortega, aparte de haberme quitado la nacionalidad y todo lo que me rodeaba, no me permita continuar mis sueños”, me dice Miguel en el basement que renta en Washington D.C. 

El pequeño espacio está decorado con libros de cocina, una paellera colgada en una pared y en la puerta del refrigerador una nota en un popstick que al joven le dieron en su curso culinario:

From across the seas,
Your passion follows with hope
A lovely kitchen. 

“Mi meta es no dejar que Ortega me haga sentir como un gusano. No voy a dejar que me robe todo, toda mi alegría”, insiste el universitario, hoy convertido en un ayudante de cocina en un hotel en Washington. 

En Miami, donde vive desde que fue desterrado, Yubrank Suazo ha conseguido un trabajo que lo desvela. Dice que se siente bien, haciendo todo lo que pueda en el destierro para no desperdiciar el tiempo, pero hay días que lo quiebran. Que no quiere ni levantarse de la cama. 

Sucede cuando se acuerda de su natal Masaya, de los bailes típicos y su familia. Extraña a sus padres con quienes, dice, ha decidido no intentar la reunificación familiar debido a la avanzada edad de ellos. 

“A veces el amor te hace sacrificarte. Y decidir dentro de ello el costo menos doloroso. No vamos a solicitar la reunificación porque mis padres tienen enfermedades crónicas y yo no estoy dispuesto a someter a mi papá y a mi mamá a separarlos más de la familia. Suficiente con que yo esté separado. No quiero separarlos de su entorno, de mis otros hermanos, de sus nietos y de los bisnietos. Me alegro muchísimo por quienes han logrado la reunificación, lo aplaudo, pero no es mi caso”, dice Yubrank Suazo, quien como la mayoría de los presos políticos desterrados ha solicitado asilo político, ya que el parole humanitario que les permite vivir y trabajar en Estados Unidos expira dentro de un año. 

El destierro, no sólo para los presos políticos que viven en Estados Unidos, ha resultado complejo. Permítanme hablar como un periodista exiliado y despojado de su nacionalidad: se nos alarga cada día y nos mantiene en pruebas permanentes, aferrados a esa tabla que flota en el mar del totalitarismo para no hundirnos, ahogarnos... En una batalla constante, dicotómica, en la que unos días —como dice Yubrank Suazo— el compromiso se siente desgastado y otros rejuvenecido. Amores claudican, otros nacen. Familias se destruyen por la represión, otras se forman en el extranjero: la familia de los exiliados y desterrados que se abrazan y van superando lo que esto implica a nivel emocional, económico y profesional. La solidaridad conjunta. Y en el fondo, aunque cada vez parece más remota, está la esperanza, golpeada pero obstinada. Una esperanza sostenida por ese ahínco monumental que es el compromiso hacia Nicaragua. Una esperanza común que no ha sucumbido ante la “Ira regis” de los tiranos.