Complices Divergentes
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De una cocina tex-mex en el exilio, a convertirse en la voz laica de la Iglesia perseguida en Nicaragua
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Martha Patricia Molina: De una cocina tex-mex en el exilio, a convertirse en la voz laica de la Iglesia perseguida en Nicaragua

De una cocina tex-mex en el exilio, a convertirse en la voz laica de la Iglesia perseguida en Nicaragua

Martha Patricia Molina: De una cocina tex-mex en el exilio, a convertirse en la voz laica de la Iglesia perseguida en Nicaragua

De una cocina tex-mex en el exilio, a convertirse en la voz laica de la Iglesia perseguida en Nicaragua
De una cocina tex-mex en el exilio, a convertirse en la voz laica de la Iglesia perseguida en Nicaragua
Por Wilfredo Miranda Aburto
San José, Costa Rica
Martes, 15 de octubre de 2024

La abogada Martha Patricia Molina sobrelleva su exilio en Texas, donde hace unos años, en un cuarto en Houston, empezó a documentar para ella misma las agresiones a la Iglesia católica en Nicaragua. Un trabajo que luego trascendió esas paredes y se convirtió en un estudio que es piedra angular en la denuncia de la represión Ortega-Murillo contra la libertad de culto. Sorteando el temor de represalias contra su familia, la depresión en Estados Unidos y aferrada a San Pío de Pietrelcina, su santo de cabecera, ha resistido, sin sucumbir ante la autocensura total. Pasó por una cocina de comida rápida mexicana en la que encontró aliento insospechado, volvió a litigar, se reencontró con los suyos y dejó de estar molesta con Dios

De una cocina tex-mex en el exilio, a convertirse en la voz laica de la Iglesia perseguida en Nicaragua
Martha Patricia Molina junto a sus familiares en Estados Unidos. Foto cortesía.

Entre las quesadillas, los burritos y las salsas rojas y verdes que Martha Patricia Molina aprendió a cocinar en el restaurante mexicano en el que trabajaba en Texas, el pambazo fue el platillo que más llamativo le pareció: una especie de emparedado cuya base es un pan blanco muy suave, horneado y conservado seco y enharinado, para luego ser rellenado con frijoles refritos, chorizo con papa, longaniza, lechuga, chipotles adobados o chiles puyas en dependencia de la región de México donde se consuma pero, eso sí, siempre ahogado en una salsa de chile guajillo, roja muy roja. De rigor. Los comensales tex-mex preferían pedirlo relleno de carne deshebrada. La verdad es que para ella no importaba el relleno, sino más bien la apariencia del pambazo, cómo lucía al finalizar de armarlo, en específico por su forma y color: le recordaba a una enchilada, una tortilla frita y rellena de arroz con carne obligatoria en las fritangas nicaragüenses. El parecido entre ambas comidas disímiles en ingredientes lograba apaciguar por momentos en esa ajetreada cocina la depresión que atravesaba desde mediados del año 2021, cuando inició su exilio forzado en Estados Unidos. Un exilio sin sus dos hijos, sin su mamá, sus gatos… En solitario y con plegarias insistentes sólo para su santo de cabecera, Pío de Pietrelcina, porque en esos días, para ser honesta con ella misma, estaba bastante molesta con Dios.

– Antes de comenzar a trabajar en el restaurante yo no quería salir del cuarto. Pasaba llorando y empecé una conversación con Dios: ‘¿por qué me tenés aquí si yo quiero estar allá, en Nicaragua?’ Estaba molesta con Dios. Le preguntaba eso, le reclamaba… pero creo que a veces uno, en su desesperación y quizá falta de fe, no entiende a Dios.

Me cuenta Martha Patricia desde Houston, donde ya no labora en la cocina tex-mex, sino en una organización que acompaña casos migratorios ante las cortes estadounidenses. Martha Patricia ha vuelto a ejercer su carrera en el exilio: la abogacía. Aunque el exilio forzado tiende a llevar a otros caminos laborales por pura y física sobrevivencia, ella nunca dejó de sentirse abogada y catedrática.

Mucho menos cesó esa necesidad imperiosa por comunicar y criticar lo que consideraba injusto, como lo hacía en un programa radial en Nicaragua en Radio Corporación. Es por eso que cuando salía del restaurante –tras armar decenas de pambazos, quesadillas y burritos– llegaba a su casa a seguir alimentando un documento que llama a secas “un PDF”. Uno en el que registraba las agresiones que el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo venía ejerciendo contra la Iglesia católica desde 2020: profanaciones de templos, prohibición de procesiones, exilio de obispos y sacerdotes, también arrestos de curas y destierro de obispos; robo de bienes inmuebles, cierres de medios de comunicación católicos, congelamiento de cuentas bancarias del clero, despojo de personerías jurídicas, hasta la desnacionalización de religiosos… 

En ese momento la cruzada Ortega-Murillo contra el catolicismo –y en la actualidad extendida a ciertas iglesias evangélicas– ya era feroz, pero no había adquirido la trascendencia que un grupo de expertos de Naciones Unidas le dio: crímenes de lesa humanidad, en el marco de una implacable persecución religiosa que, por ejemplo, llegó hasta extremos propios del realismo mágico en la Semana Santa de 2023, cuando la dictadura impuso a los Nazarenos de Nicaragua “iglesia por cárcel”. Mucho antes de que los expertos de Naciones Unidas publicaran su estudio, fue el documento que Martha Patricia armó en su cuarto del exilio el que puso de manifiesto por primera vez la sistematicidad y el calado de la persecución religiosa.

De una cocina tex-mex en el exilio, a convertirse en la voz laica de la Iglesia perseguida en Nicaragua
– Después de venir del restaurante, yo miraba las noticias en los medios de comunicación sobre los ataques sufridos por la Iglesia. Y me dije: ‘voy a comenzar a sistematizarlos’.
Para que cuando alguien de la Iglesia me dijera sobre una profanación, pudiera tener un dato duro que responderle. Siempre me ha gustado manejar datos duros, porque teniendo número podés abrir espacios, el mundo. En esas estaba cuando vi que la persecución inició desde 2018. Y retrocedí más en el tiempo para alimentar más el PDF.

Relata Martha Patricia sin mayores pretensiones, como quien cuenta que practica un hobby al recabar y sistematizar datos en una computadora. Hablo con ella después de varias semanas de posponer las sesiones de entrevistas. Entre su trabajo como abogada que acompaña migrantes en Texas, el cuido de su hijo menor –cuando le toca irlo a dejar y recoger al colegio–, sumado a los compromisos que le ha generado el documentar y dejar constancia de la persecución religiosa, encontrar huecos en su agenda es complicado. Poco antes de exiliarse, la abogada –que también era directora de Educación Continua en la Universidad American College– trabajaba en una consultoría sobre la corrupción en la Contraloría y las alcaldías sandinistas. Es decir, recabar datos públicos. Pero dice que cometió “un error” que la hizo vulnerable…

– Fue llamar y enviar correos electrónicos a la Contraloría y a las municipalidades pidiendo información. El error fue poner mi nombre, tal como establece la Ley de Acceso a la Información Pública.

Recuerda Martha Patricia y me extraño… y de inmediato pienso decirle: ‘o fue pecar de ingenua, una sobredosis de honestidad o un desliz que en una dictadura que mata y apresa puede resultar fatal. Pero ya para qué, mejor no le digo nada, si está a salvo de la prisión en Estados Unidos… y, a la postre, hacer lo correcto, lo que la ley permite, tampoco debería estar mal. Mejor la escucho’. Pero vale aclarar, contextualizar de por qué lo pensé… cuando la jurista realizó esas comunicaciones era un momento delicado: junio de 2021, un año en el que la represión Ortega-Murillo recrudeció; un pico que no se veía desde las protestas sociales de 2018. El régimen apresó a todos los exprecandidatos presidenciales, líderes opositores, empresarios, periodistas, activistas y todo aquel que se atreviera a contradecir al oficialismo o intentar rebatir información en las instituciones públicas, como ella, quien ya tenía un perfil público no solo por su programa radial, sino como columnista del diario La Prensa. Criticaba y eso es un pecado para el cual los dictadores de El Carmen disponen de varios infiernos para castigar, siendo tres principales: El Chipote, La Modelo o las celdas del Distrito III

Para noviembre de ese año estaban programadas las elecciones generales, pero la pareja presidencial no estaba dispuesta a poner en riesgo su poder omnímodo en un proceso en el que los pronósticos –todos– eran contrarios a ellos. De modo que optaron por dinamitar todos los espacios para consolidar un régimen totalitario, enfilando hacia la sucesión dinástica. Desde mayo de ese año, las cacerías policiales y una nueva de exiliados se sucedieron. El de Martha Patricia fue un exilio particular por cómo sucedió. En junio tuvo que viajar a Estados Unidos por temas de salud. Mientras ella realizaba sus chequeos hospitalarios en Texas, la Contraloría y las municipalidades respondieron a sus pedidos de acceso a la información pública en Managua con un convoy de policías en su casa. Solo estaban sus hijos menores de edad en ese entonces bajo el cuidado de su mamá, una mujer de la tercera edad. 

– Los amenazaron, sobre todo a mi mamá, y el mensaje era claro: que me callara. Ese momento fue el día más horrible de mi vida. Sentí que me moría

Dice Martha Patricia evocando ese día que aún le quiebra la voz. Dejó de publicar en medios de comunicación y en sus redes sociales críticas al régimen Ortega-Murillo. Calló por temor a que le hicieran algo a sus hijos, una pareja de adolescentes, y a su madre, quien más la conminó a la autocensura. Fue cuando la depresión apareció y decidió salir a buscar trabajo en Texas, después que su familia le advirtió que por nada del mundo pensara en regresar a Nicaragua. Admitió el exilio. Lloró sin tregua y se molestó con Dios. 

Pasaron las semanas y sus allegados en Texas la alentaron a que saliera del cuarto. El exilio, esa condición inusitada para ella y que ahora enfrentaba, la dejó en el desempleo. O sea, perdió sus trabajos de Nicaragua y tocó salir a la calle. Aceptó el primer puesto que encontró: en la cocina tex-mex, en la que conoció el pambazo. 

– Empecé a trabajar en la cocina de comida rápida mexicana. No me importó porque me dije me voy a volver loca encerrada…¿Qué voy hacer si no estoy escribiendo, si no estoy investigando? Aunque llegaba cansada, todas las noches le agregaba información al PDF sobre los ataques a la Iglesia. Yo no tenía ningún objetivo en ese momento, es decir que ese ‘PDF’ se convirtiera en una investigación. Era solo recopilar información y tenerla para mí.

Dice Martha Patricia. Cuando uno se exilia y conserva la posibilidad de seguir trabajando en lo que a uno le gusta y apasiona, creo que uno puede considerarse afortunado. No con todas las profesiones es posible y cada circunstancia es diferente. Sin embargo, la mayoría de los exiliados de 2018 terminan trabajando en otros empleos, en especial en áreas de servicio, conductores de Uber o repartidores… Y es una gran pérdida para Nicaragua, porque estamos hablando de estudiantes y profesionales. Eso que le llaman “fuga de cerebros”, pero que en realidad es una fuga a marcha forzada por los Ortega-Murillo. 

En 2019, cuando los exiliados y migrantes expulsados por la crisis sociopolítica no alcanzaban el millón como hoy en 2024, la Fundación Arias para la Paz reveló en un informe que el 53% de los exiliados en Costa Rica eran estudiantes y profesionales. ¿De cuánto puede ser el porcentaje ahora no solo en suelo costarricense, sino en Estados Unidos, España y otros países donde los nicas han huido? No hay datos en este momento, pero lo que quiero apuntar es lo siguiente: que mantener tu oficio en el extranjero sirve para acorazar la dignidad, que es precisamente lo que la dictadura quiere quebrarnos cuando nos expulsa de nuestra patria.

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Martha Patricia Molina brindando una capacitación a integrantes de una pastoral católica. Foto: Cortesía

Que Martha Patricia haya seguido documentando en su “PDF” era una forma de no renunciar a su “yo” profesional… o en sus palabras, una manera para “no volverse loca”, de mantenerse “escribiendo e investigando”, aunque pareciera un sinsentido mientras trabajaba como cocinera en Texas. Pero sostuvo esa determinación en el cuarto en el que lloraba por el exilio impuesto: teclear en la laptop hasta que un día vio el documento bastante nutrido y sintió la necesidad de hacer algo con él. La abogada decidió mostrárselo a su editor habitual y él le sugirió convertirlo en estudio. Llevarlo de esa especie de bitácora personal de la represión contra el catolicismo, a publicarlo bajo estándares académicos por el interés público de la base de datos. 

Y ella lo aceptó a regañadientes, por la posibilidad de que su familia pudiese haber sido dañada por el régimen en Nicaragua. Es difícil lidiar con el silencio cuando uno carga fuertes convicciones de vida. Persiste la dicotomía entre callar o seguir denunciando, más cuando martilla eso que dijo Gandhi en un juicio de sedición en su contra: “La desobediencia al mal es un deber tanto como la obediencia al bien”. Decisiones personales complejas que, por desgracia, siempre ponen en riesgos a quienes amamos. En el caso de Martha Patricia, la convicción para asumir el riesgo no sólo era su “yo” profesional, sino también con la Iglesia católica… una institución que ha delineado su vida como una abogada laica, embebida de cristianismo, y de eso que repite a menudo: “de amor al prójimo”.

Los estigmas del
padre Pío y Nicaragua

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La abuela de Martha Patricia Molina era muy devota del padre Pío de Pietrelcina, uno de los santos más populares de Italia y quien, tras muchas controversias, fue canonizado por Juan Pablo II en 2002. El padre Pío fue un sacerdote exorcista y conocido por sus curaciones milagrosas. Pero el misterio, el aura que rodeaba al fray capuchino, era producto de los estigmas pasionarios en sus manos, las cuales ocultaba con mitones. Heridas iguales a las de Jesucristo, dicen sus fieles, y cuya sangre emanaba olor a flores. Aroma que es asociado a la santidad, dicen sus seguidores. Fue venerado y a la vez perseguido por el Vaticano que, en su momento, lo acusó de fraude por las heridas y sus prodigios en enfermos. Las posiciones en su contra no lograron amilanar al religioso. “Su obra más grande aquí en la tierra” la concretó durante el apogeo de la Segunda Guerra Mundial cuando, pese a las circunstancias bélicas, logró construir y fundar el hospital Casa de Alivio del Sufrimiento. Un hospital para los enfermos tanto a nivel espiritual y físico.

– Mi abuelita me pedía que le leyera de la vida del padre Pío y así fui conociéndolo. Unas de sus virtudes era la obediencia y el amor al prójimo. Y él hablaba de los seres angelicales, de los ángeles, y yo creo en los ángeles. Me enamoré de la vida de San Pío y, de hecho, cuando me confesaba, le pedía a él que la confesión fuera buena para decir todos los pecados que había cometido.

Recuerda Martha Patricia. Nació en una familia católica el 13 de febrero de 1981 y casi muere por un sangrado. Aunque no sabe a qué santo le rezó su familia para socorrerla de la gravedad, no duda que haya sido al padre Pío. Los médicos lograron salvarla. La niña creció en el barrio Altagracia, en Managua, y sus primeros recuerdos son los de un país sumido “en un horror”: la guerra de los ochenta, entre la Revolución Sandinista y la Contra. Una década en la que el gobierno revolucionario también terció con el catolicismo, hasta abuchear en plaza pública a San Juan Pablo II, un crítico feroz del comunismo.

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Martha Patricia Molina durante su bautismo. Foto: Cortesía.
– Mi familia no era para nada partidaria, política. Nunca se metieron en nada, pero crecí escuchando las historias de mis tíos que fueron torturados en esa época y del Servicio Militar… Siempre crecí viendo que no tenía juguetes, porque no existían para nosotros. Yo estudiaba en un colegio público y lo que nos enseñaban era a decir que ‘los niños tenemos que ser felices, los niños somos el futuro de la revolución’... Y a cantar ‘adelante, marchemos compañeros’. Cuando mi papá escuchó que llegué a la casa cantando eso, de inmediato me sacó de esa escuela. No le gustaba. Son los recuerdos que tengo de mi niñez.

Evoca Martha Patricia. Su padre –que años después tuvo que irse a Estados Unidos para poder sostener a la familia económicamente– la matriculó en el colegio María Mazzarello, donde la formación estaba impregnada de principios cristianos. A pesar de ello, no tuvo una adolescencia y una juventud metida en misas. Iba poco a la iglesia. De hecho, la secundaria la cursó en el evangélico Colegio Bautista, sin que eso tampoco alterara sus cimientos católicos. En las aulas siempre fue inquieta: estudió relaciones internacionales en la Universidad Americana (UAM), pero no se sentía conforme con esa carrera. En ese tiempo entendió la concepción de los derechos humanos y eso lo llevó a la abogacía. Se apuntó en la Universidad Centroamericana (UCA), pero suspendió la carrera para tomar una beca en España, donde hizo una maestría en corrupción y Estado de derecho en la Universidad de Salamanca. Pero regresó a Nicaragua –“donde siempre ha querido servir”, insiste– a graduarse en derecho.

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En la década del dos mil se enamoró, tuvo a sus hijos y comenzó a ejercer como abogada y notaria pública. Martha Patricia se dedicó a litigar temas de familia. Pero siempre quiso hacer más, tener acción fuera de los juzgados. Empezó en Radio Corporación el programa Dialoguemos, una especie de consultorio radial en el que los oyentes hacían preguntas sobre temas legales, pensiones alimenticias y derechos humanos. Después de 2006, cuando Ortega retornó al poder, la abogada asegura que “estaba más formada” y comenzó a criticar la incipiente deriva autoritaria del caudillo sandinista junto a su esposa, Rosario Murillo. No sólo desde la radio, sino como columnista de opinión en La Prensa. Después del estallido social de las protestas de 2018, sus superiores en la Universidad American College la reprendieron por su activismo.

– No querían tener problemas con la dictadura. También deje de litigar porque en uno de los juicios de pensión alimenticia que tuve, un abogado de la contraparte me dijo: ‘doctora, usted mucho opina en las redes sociales y en la radio en contra del buen Gobierno’. Aunque le dije que eso no venía al caso en ese juicio, lo que entendí es que no podía seguir litigando, porque a quienes iba a perjudicar era a mis clientes. Entonces solo me quedé con el programa radial y haciendo escrituras para poder sobrevivir.
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Martha Patricia Molina (camisa floreada) durante sus años como comunicadora en la Arquidiócesis de Managua. Foto: Cortesía.

Dice Martha Patricia y salta a los años previos de 2018, la crisis de abril, la matanza de más de 350 personas perpetrada por policías y paramilitares obedientes a los Ortega-Murillo. Ya había retomado su vínculo con el catolicismo, pero de una manera más intensa. Comenzó a ir a la iglesia de “manera militante”: jueves, sábados, domingos, procesiones, viacrucis y rezos del rosario. Pero hubo más… le dijeron que si quería “ser iglesia”, debía involucrarse más en actividades pastorales de la Arquidiócesis de Managua. 

– Entonces yo era lectora de la palabra e integrante de la pastoral de comunicación. Si había una actividad en Radio María, allá iba Martha Patricia. En la iglesia del Carmen, allá iba Martha Patricia. Me terminé convirtiendo en el agente de comunicación parroquial. Conocí a muchas monjas, sacerdotes y amigos de la Iglesia en todo el país, sin saber lo mucho que eso me iba a servir después. Recuerdo que en ese momento estaba el sínodo arquidiocesano. Estaba en diplomado de formación, pero en eso explota lo del 2018… 

Hace una pausa larga. Martha Patricia respira, como quien se prepara para adentrarse en recuerdos complejos, desgarradores. El 18 de abril estaba transmitiendo el Sínodo Caminemos Juntos. El aforo esperaba que asistiera el obispo Silvio Báez para dar una charla, pero el prelado nunca llegó. Todos se extrañaron porque Báez tiene fama de puntual tanto como de intelectual. Entonces informaron que la charla se cancelaba porque había “disturbios” que impidieron que el religioso pudiera llegar al sínodo. Cuando la abogada tomó su auto para volver a casa, escuchó en la radio que había protestas en el sector de Camino de Oriente. Viró el rumbo y se fue a protestar. (Su Iglesia también lo haría a partir de mayo de 2018: después de intentar mediar entre los manifestantes y el gobierno autoritario, se pusieron del lado de las víctimas. A denunciar la represión que alcanzó, según un panel de expertos de Naciones Unidas, la categoría de crímenes de lesa humanidad).

– Me involucré en las protestas no desde un plano partidario o político. Siempre he visto más los derechos humanos que lo político. Comencé a criticar en la radio y en mis artículos de opinión, pero siempre vinculada con la religión, con la fe y con el amor al prójimo.
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Insiste Martha Patricia Molina. Era bien difícil no sentir angustia por el prójimo en 2018: jóvenes vapuleados, con los ojos amputados por las balas de gomas policiales, ancianos con las cabezas partidas por las turbas; ¡disparos!, los primeros disparos en la garganta de Darwin Urbina en la Upoli y en la de Álvaro Conrado… Los sesos de Franco Valdivia y Orlando Pérez embadurnados en el piso del parque central de Estelí. Los balazos letales: a los cuellos, tórax, cráneos… La mortandad de la juventud. Los estigmas de San Pío chorreando sangre dolorosa sobre los nicaragüenses. El encierro de miles por pensar diferente, las torturas en las prisiones, los abusos sexuales en las celdas, los ataques a los obispos en Carazo. Era bien difícil no indignarse, llorar, temer, no criticar… Eso hacía la abogada desde 2018 en la cabina de Radio Corporación, hasta que los paramilitares llegaron a amenazarla. A tomarle fotos. A advertirle. Fue cuando estaba haciendo las consultas para su investigación de la corrupción en la Contraloría y las municipalidades sandinistas. A mediados de 2021. Cuando tuvo que viajar por motivos de salud a Estados Unidos para –sin preverlo ni desearlo y apenas sospecharlo– no poder regresar a su tierra. Quien sabe hasta cuándo.

Un apartamento,
Andy, matas de agua, el PDF, reencuentro

La depresión que Martha Patricia Molina sentía inició a sosegarse no solo con la cocina tex-mex y sus pambazos, sino porque una amiga la conminó a ir a la iglesia en Houston. Que dejara de mirar las eucaristías a través de transmisiones en redes sociales. Hizo caso. Salió del cuarto en el que construía el “PDF” con las agresiones contra la Iglesia católica. También le regalaron a Andy, un gato de pelaje plateado con blanco. Ronroneador, juguetón. Esas eran maneras de mantener la cabeza ocupada, a no pensar obsesivamente en sus hijos y su mamá, quienes continuaban en Nicaragua. ¿Cómo traerlos a Estados Unidos?

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Martha Patricia Molina con su gato Andy en Houston. Foto: Cortesía.

La interrogante la respondió el parole humanitario que la Administración de Joe Biden aprobó para nicaragüenses, venezolanos y cubanos. Antes de pedir a sus seres queridos, Martha Patricia inició un proceso de asilo político en Estados Unidos, pero hasta ahora no le ha sido aprobado. Continúa en trámites. Pero qué importa esa demora sin certidumbre cuando el parole fue aprobado para Samuel y Daniela. A Daniela le faltaban diez meses para graduarse de abogada cuando la UCA fue confiscada y Samuel cursaba la secundaria. Podría reencontrarse con su mamá y acabar el terror con el que la mujer vivía en Managua. Un temor fundado: antes de este trámite migratorio familiar, la jurista ya había cometido la osadía de publicar, en mayo de 2022, el primer tomo del “PDF”, es decir del estudio cuyo título se le ocurrió cuando rezaba el tercer misterio del rosario en Houston.

– Se me vino a la mente: ‘Nicaragua, una Iglesia perseguida’. Y lo anoté inmediatamente. Terminé de rezar el rosario y llamé a mi editor. Le pregunté qué le parecía y él me dijo que excelente. Lo procesamos, llamamos a los medios de comunicación y lo presenté… pero antes le pedí a Dios que cuidara a mis hijos y mi mamá. De todas maneras, le dije a Dios, que iba a asumir las consecuencias de publicar. Le pedí valor y serenidad para hacerlo. Mi mamá estaba aterrada y me regañaba a cada rato por llamadas, cuando salía en los medios dando entrevistas. Me decía que no quería a mis hijos, que los iban a matar, que no sabía de que eran capaz los sandinistas… pero le dije: ‘calma, Dios está con nosotros’. Después tuve información que me iban a allanar la casa, fabricar un delito, pero en ese momento salió lo del parole humanitario.

Señala la coincidencia Martha Patricia. Lo recuerda en tono de agradecimiento, como si San Pío hubiese tocado la puerta del cielo con su plegaria cargada por sus manos llagadas. La abogada y laica dejaba de estar molesta con Dios. Es como si Dios respondiera así a su trabajo por denunciar la opresión de sus fieles y sus ministros en la cintura de América: El estudio Nicaragua, una Iglesia perseguida lleva ya cinco ediciones de actualización. 

Nunca pensó que su trabajo que al principio “no tenía objetivo” se convirtiera en un compendio clave del registro de la represión en Nicaragua, en específico contra la libertad de culto. Una pieza para la memoria histórica que el régimen busca manosear para imponer su propia narrativa, y agravado por la confiscación de los acervos del Instituto de Historia de la UCA o la hemeroteca de La Prensa. Una voz laica para la Iglesia perseguida en una etapa de imposición del silencio. Un mutismo que se ha propagado en el Vaticano. Una vez, en marzo de 2023, el papa Francisco dijo que la dictadura Ortega-Murillo era “grosera e hitleriana”.  Pero después de esas declaraciones, el “representante de Dios en la tierra” apenas y se ha referido a la cruzada que su Iglesia ha sufrido en Nicaragua. Mientras, sus siervos y su rebaño todavía sufren en el país centroamericano, a la espera que el “Vicario de Cristo” los acuerpe más.

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Junto a su hija, Martha Patricia Molina recibe un premio por su estudio sobre la persecución religiosa, otorgado por Estados Unidos.

El Vaticano ha admitido el destierro de decenas de sacerdotes a Roma, incluido el del obispo Rolando Álvarez. Fuentes diplomáticas y allegadas a la Santa Sede coinciden en que Francisco y su círculo prefieren preservar lo que queda de la Iglesia como institución en Nicaragua, antes que una confrontación más frontal que pueda derivar con la prohibición expresa del catolicismo por parte de los Ortega-Murillo. Sin embargo, entre los curas y las bases del catolicismo hay molestias con el papa Francisco y hasta con obispos de la Conferencia Episcopal, parecidas a la que Martha Patricia sentía con Dios: “¿Por qué soportar incluso que desmantelen una diócesis entera como la de Matagalpa? Agravios tras agravios y ese silencio que inicia a sonar desde el cardenal Leopoldo Brenes. ¿Por qué la Santa Sede exhortó a bajar la voz a los curas y obispos exiliados como Silvio Báez?”. 

A pesar que el estudio de Martha Patricia da cuenta de la magnitud de la cruzada Ortega-Murillo contra la libertad de culto, enconada en particular con el catolicismo, la estratagema diplomática vaticana es difuminada por esa afasia frente a un régimen desinhibido en la represión clerical… o insisten los más extremos: en la postura “de poner la otra mejilla” para proteger la presencia pastoral que aún –mermada– conservan en un país eminentemente católico, apostólico y romano.  

Martha Patricia también tiene dudas sobre lo que el Vaticano planea para Nicaragua. Pero desde que se reencontró con sus hijos y su mamá, recuperó la libertad para opinar sobre la persecución religiosa. El trabajo en la organización de acompañamientos a migrantes y la confabulación con su familia para establecerse en Houston le ha traído estabilidad a su vida.

La familia de la abogada vive en un pequeño apartamento y ella ha comprado varias macetas con matas de agua para adornarlo. Esas plantas no sustituyen el frondoso jardín que tenía en Managua, pero como los pambazos de la cocina tex-mex, de alguna forma, la conectan con la tierra suya que le arrebataron. Pero es ese sentimiento el que más la envalentona. Perdón que lo repita: ya con los suyos a salvo, ha recuperado la palabra que por meses estuvo atada a la autocensura por temor a represalias. La voz laica de la Iglesia perseguida habla ahora sin clavos inhabilitantes. Recibió el premio internacional a la libertad religiosa de la Secretaría de Estado de Estados Unidos sin esconderse, dando la cara, con sus números en mano, con su “PDF” vuelto compendio clave para la memoria histórica de la cruzada contra la libertad de culto, con ahínco, reconciliada con su Dios, agradeciendo a San Pío de Pietrelcina.

– La dictadura tiene un proyecto dinástico. Ellos no están haciendo estos atropellos con una visión a corto plazo, sino con una visión más allá... Están conscientes que a personas como yo, o como mi madre, no las pueden cambiar la mentalidad… pero a los chavalitos que están creciendo, mis hijos por ejemplo, pueden cambiarlos mediante el adoctrinamiento. Por eso vamos a ver en los próximos meses las confiscaciones masivas de los colegios religiosos que aparecieron en las más de 1500 organizaciones sin fines de lucro eliminadas recientemente. Van a inocular en la juventud el odio a lo religioso. A decir que Dios no existe. Van hacer que no haya respeto ni tolerancia hacia la libertad religiosa. Y esto va a ir atado con el ateísmo que ellos van a implementar, porque lo que pretenden, de una u otra manera, es erradicar por completo a la Iglesia. Y como no lo han logrado con todos los ataques, porque la Iglesia ha tenido más de 870 agresiones, piensan ahora acabar con los laicos. Para que la Iglesia caiga sin creyentes, porque no tienen total dominio en ella. Es cierto que existen algunos curas que coquetean con la dictadura, pero no es generalizado. Hay más curas en contra de la dictadura.

Sentencia Martha Patricia. Tras su continuo trabajo de documentación, dice ver con claridad la pretensión de la dictadura Ortega-Murillo frente al catolicismo. Espera seguir denunciando la persecución religiosa, amén de que sus críticas le traigan más retaliaciones, y la mantengan quién sabe cuánto tiempo más condenada al exilio, pero rezando siempre la novena de Pío de Pietrelcina, su santo que no la abandona.

DEFENSORES es una serie multimedia producida por DIVERGENTES

Texto por Wilfredo Miranda Aburto
Versión en inglés por Alicia Henríquez
Conceptualización gráfica por Ricardo Arce
Desarrollo de News Lab Experience
Dirección General de Néstor Arce